"Sin mujer, la vida es pura prosa".
Rubén Darío

Ya nada importaba

Las palabras fueron llevadas al viento... A ese que un día fue líder de una batalla más para sobrevivir en la inmensa calle que no me dejaba en paz. Entre la histeria y la furia que pasaba por mi vientre y las ideas que llegaban al borde de la locura, ni siquiera dije palabras. Esta vez me resistí.

Mientras todos pasaban, el suelo fue el mejor amigo. Me enseñó a guardar silencio mientras todos transcurrían miscuídos en su realidad. Yo ahí... Entre la compañía patética y solitaria.

Las risas ya eran cosa del pasado, ya que la misma soledad te enseña a poder sobrevivir frente a la nada cruel que habita con nosotros, en la inmensa atadura amarga que conlleva a estar aislado. Entre lo sosegado y lo radicado. Entre lo usual y lo inusual. Entre la discordia de no saber qué es lo que va a ocurrir pero siempre con el mentón arriba y la cara en alto.

Nada puede ser sorprendente. No hay nada más resaltante que una imagen distorsionada de dolor. Ya nada importa a estas alturas.

El olor a tabaco pasa por mi nariz mientras los transeúntes se dirigen al purgatorio de la explotación. Ya nada es igual. Me dan esas ganas de poder aspirar con mi boca el placer de fumar una vez más, pero ya todo da igual. Los niños caminan con dulces en sus manos… Helados, chocolates, caramelos, cabritas; boberías varias, que sólo producen la muerte segura junto con el cigarro. ¡Uf! Placer culpable.

Me levanto para poder tomar aliento. Al lado mío se encuentra el metro… La gente pasa con mirada baja pensando que recién comienza el día o bien, termina. En sus caras se aprecia la ridícula expresión de dolor y cansancio acumulado. La transpiración se hace notoria como también las ansias de poder sentarse y tomar un respiro frente a la infernal rutina... Ya todo da igual.

Mientras avanzo observo que están los típicos vendedores ambulantes que no tienen permiso para vender. Empiezan a tomar sus pertenencias rápidamente y yo alzo la mirada para atrás para saber qué es lo que sucede. Tres ciudadanos que hacen “el orden a la comunidad” (carabineros) se acercan corriendo a atraparlos. Sonrío de estúpida y miro como a uno de ellos se le empieza a caer el pantalón de lo apurado que va. Se separan entre las calles ocultas y peligrosas… Ya no se ven más. Los tres tipos de orden público buscan refuerzos pero ya nada importa a estas alturas. Digo en voz alta: - ¡Me apestó! ¡Estúpidos idiotas!

Las personas me miraron con cara de nada. Mientras yo volvía a sentarme en el suelo acompañada ahora de los perros y las palomas. El viento volvió para llevarse otra vez mis palabras... "Finalmente, ya todo da igual".


Fuente: fotografía de mi amigo José Luis

6 Mirones:

José luis dijo...

Guauuu... geniál, menudo relato, te felicito de verdad, precioso, se quedó corta la imágen.
Un besazo Catalina.
No pares de escribir.

Anónimo dijo...

Lo haré, lo haré, lo haré, lo haré, lo haré y así sucesivamente jejeje.
Me alegro que te haya gustado.

Gracias y pronto te sacaré más de tus fotos preciosas.

José luis dijo...

Tienes la puerta abierta.

lara dijo...

Estupendo relato. La mirada indiferente, pero mirada al fin y al cabo...
La indiferencia como mecanismo de defensa...
Me ha gustado mucho, sigue escribiendo...
Besos de colores
XXX

Anónimo dijo...

Ayúdame, me persigue la Reina...

El Museo de la Luna dijo...

Así que ha estado aquí...

Le aviso a usted que como se le ocurra dar refugio al traidor, deberá atenerse a las consecuencias y rodará su cabeza.

Saludos cordiales.

 
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