Las palabras fueron llevadas al viento... A ese que un día fue líder de una batalla más para sobrevivir en la inmensa calle que no me dejaba en paz. Entre la histeria y la furia que pasaba por mi vientre y las ideas que llegaban al borde de la locura, ni siquiera dije palabras. Esta vez me resistí.
Mientras todos pasaban, el suelo fue el mejor amigo. Me enseñó a guardar silencio mientras todos transcurrían miscuídos en su realidad. Yo ahí... Entre la compañía patética y solitaria.
Nada puede ser sorprendente. No hay nada más resaltante que una imagen distorsionada de dolor. Ya nada importa a estas alturas.
Me levanto para poder tomar aliento. Al lado mío se encuentra el metro… La gente pasa con mirada baja pensando que recién comienza el día o bien, termina. En sus caras se aprecia la ridícula expresión de dolor y cansancio acumulado. La transpiración se hace notoria como también las ansias de poder sentarse y tomar un respiro frente a la infernal rutina... Ya todo da igual.
Mientras avanzo observo que están los típicos vendedores ambulantes que no tienen permiso para vender. Empiezan a tomar sus pertenencias rápidamente y yo alzo la mirada para atrás para saber qué es lo que sucede. Tres ciudadanos que hacen “el orden a la comunidad” (carabineros) se acercan corriendo a atraparlos. Sonrío de estúpida y miro como a uno de ellos se le empieza a caer el pantalón de lo apurado que va. Se separan entre las calles ocultas y peligrosas… Ya no se ven más. Los tres tipos de orden público buscan refuerzos pero ya nada importa a estas alturas. Digo en voz alta: - ¡Me apestó! ¡Estúpidos idiotas!
Las personas me miraron con cara de nada. Mientras yo volvía a sentarme en el suelo acompañada ahora de los perros y las palomas. El viento volvió para llevarse otra vez mis palabras... "Finalmente, ya todo da igual".
Fuente: fotografía de mi amigo José Luis