Sentada me encuentro. Estás a tres mil kilómetros de distancia y no me importa. No entiendo y pienso: ¿Por qué has llegado en este momento? Ni siquiera tengo la respuesta para algo tan simple. Aprieto de mis manos y un cierto nerviosismo recorre mi cuerpo. “No suelo ser así”, me digo. Son las 12 y tres minutos y la hora sigue marchando. La temperatura está agradable y la televisión sigue encendida. Nuevamente recaes en mi tintero y trato de imaginarte…tu pelo, tus cejas, tus ojos, tu nariz, tu boca, tu oreja y todo lo que es de ti. ¡Ay, como quisiera estar yo allá y ver si esto es real! Me sucede algo extraño cuando “estoy” contigo. Seguridad. Refugio. Cariño. Cercanía. Todas esas palabras me pasan. Han sido pequeños momentos a tu “lado” y mírame, yo acá escribiendo en una noche cálida de ráfagas sensaciones. Estás durmiendo. Nuestras horas no caminan el mismo camino. Ni mucho menos el sol y la luna están a la par con los dos. No me importa. Algo extraño ocurre aquí. Dime, ¿qué sientes? ¿Hace cuánto lo sientes? ¿Quieres que lo sienta también? ¿Quieres estar conmigo?
Un soplo de seriedad recorre al frente de mi cara y me centro en la mirada perdida de una luz. Ojos, mis ojos parecen cristales. Mis labios refuerzan su color como una rosa roja que está recién empezando la vida. Yo, a tres mil kilómetros de distancia, siente agonía y curiosidad por saber qué está pasando.
(*) Imágenes de Elio Milay
0 Mirones:
Publicar un comentario